Cuando en la mañana comenzamos a tener conocimiento del levantamiento de un sector de la Policía Nacional, sentí dolor y repugnancia: Un estamento que se encuentra, en sus emolumentos, muy por encima de otros funcionarios públicos (700 $ frente a los doscientos y pico de los maestros, por ejemplo) y que organiza la que organizó porque una ley les puede arrebatar sus prebendas, chanchullos, sus privilegios, ..., poniendo en juego todo lo que en el país se ha avanzado no merecía otra cosa que el desprecio como mínimo. Éste aumentó cuando fueron llegando noticias de como sucedieron los hechos: El trato vejatorio e indigno que propinaron al Presidente que, en un alarde de categoría humana, se había desplazado al lugar del amotinamiento para dialogar y que terminó reteniéndolo como prisionero.
No podíamos mandar los niños a sus casa a media mañana. Así que tuve que permanecer en la Escuela, intentando asomarme a los noticieros cada vez que podía, hasta que terminamos el comedor.
Mientras había tenido conocimiento de que, respondiendo a las distintas llamadas y convocatorias, iban aumentando los quiteños que se plantaban en la Plaza de la Independencia (Plaza Grande) para manifestar su adhesión y respaldo a Rafael Correa, y otra multitud, al mismo tiempo, se dirigía por la Avd. Mariana de Jesús, por el sector de Las Casas, por la Occidental, al Hospital de la Policía donde mantenían secuestrado al Presidente.
Yo y los que salimos juntos (profesores, cocinera, y albañiles - que están terminando las obras del cerramiento-) unas veces caminando y otras atrapando un autobús cuando era posible, optamos por el segundo destino.
Así llegamos a la zona de la Mariana de Jesús donde nos fuimos integrando con miembros de Intiruna. (Otros estaban en la Plaza Grande). Todo esto me hacía, dentro de la turbación del momento, sentir una cierta satisfacción: estábamos creciendo y descubriendo la dimensión política de nuestra fe y por ello Intiruna no podía estar ausente o mantenerse al margen.
Cuando llegué a la mencianada Mariana de Jesús, ante la multitud concentrada para exigir la liberación del Presidente, vinieron a mi memoria referencias concretas tales como "... había una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda clase y situaciones. ¿Quiénes eran? ¿De dónde había venido y a qué?. De todo Quito, respaldados por todo Ecuador, a defender, en medio de la gran tribulación, sus vestiduras nuevas de un futuro en marcha" (Apocalipsis 7, 9.13-14). Había paralíticos, mujeres cargando con sus bebés, embarazadas, ancianos,... toda una multitud. Y recordé: " los ciegos ven, los cojos andan y los pobres tienen una buena noticia por la que pelear" (Mt. 11, 5).
Y no fue sorpresa; sí constatación. Quito es una ciudad donde es sumamente frecuente encontrar hábitos y distintivos religiosos en personas que así se ubican en la sociedad y se distinguen perteneciendo a cierto status preferencial. Pues bien, no vi hábitos, ni cofias monjiles, ni alzacuellos, clegriman, bonetes, pectorales o mitras. Puede ser que hubiera ovejas, pero los pastores habían huido (Jn. 10, 12)
Había lágrimas: lágrimas de ira, de indignación y lágrimas por las bombas lacrimógenas lanzadas en verdadero despilfarro, junto con piedras y perdigones. (También balas que se cobraron la vida de algún civil). Y nuevamente surgió en mi una banda sonora: "Los que lloran por la justicia, tendrán consuelo" (Mt. 5, 5-6). Porque, yo al menos, lloraba de impotencia ante la violación de los Derechos Humanos de un pueblo que clamaba se respetara lo que él había elegido mientras era brutalmente reprimido por quienes tenían el deber y el compromiso de respaldarlo. ¿Hasta dónde podrá generar el ser humano situaciones de demencia?
Pero mi garganta se quebró y mis ojos se nublaron cuando el comando militar cruzó por entre la multitud y la multitud a una voz gritaba: ¡LIBEREN A CORREA! ¡LIBEREN A CORREA!.
Yo, antimilitarista, objetor de conciencia,... me situaba en el 23 F de Tejero en España, en esas escenas, tantas veces vistas en el cine, de la entrada de los aliados en Berlín, ...
Y cuando, ya en las postrimerías de los acontecimientos, protegido detrás de un muro, escuchaba la tremenda balacera con la que se liberaba al Presidente, recordaba mi enojo inicial ante la estúpida obcecación de estos infelices policías, me congratulaba con el pueblo de Quito que en esta respuesta cohesionada había sabido exigir sus derechos y colaborar a la liberacíón de su presidente.
Dios mío, ¡cómo sentía que escuchabas nuestras plegarias y acogías mis lágrimas!
Corrimos: ¡La Plaza Grande! ¡El fin de la pesadilla!. Cantos, bailes, banderas y ... un regusto infinitamente amargo: La ambición política (pues vivimos convencidos que detrás de todo esto hay un intento de golpe de Estado de los que no se resignan a perder sus poderes fácticos y sus privilegios), la ambición económica, etc, ...se habían cobrado, una vez más, vidas humanas.
¿Hasta cuándo?
José Luis Molina
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