Hay en el alero de mi vida un nido.
Un nido que cada primavera, una vez hecho, fui reconstruyendo: amasé barro y, en persistentes y enamorados vuelos, fui restaurando allí donde el tiempo o el accidente, atentaban.
Un nido dondeengendré vida; la alimente. Vida que fue cantada con inefables trinos. Un nido que fue atalaya desde donde contemplé la luna. Un nido que fue hoya profunda donde la luna me bañó con persistencia en sus aguas lustrales.
Pero un otoño más llegó tras otros una y otra vez.
Y el nido de mi alero se quedó vacío. Mi nido aparecía inseguro. Aparecía vacío omo si nunca hubiera cobijado nada. En mi nido hacía frío.
No sé cómo fue.
Tal vez el viento arrastró esporas y el aire humedad. Pero mi nido se fue poniendo verde y entre sus grietas, grietas eternas, sempiternas grietas, seculares arrugas, fue apuntando el misgo. Sí, como en la piedra..
No sé cómo fue.
Tal vez hubo algunos diminutos huevos amasados con el barro. Pero por los poros surgieron pequeñas lombrices.
Y no sé cómo fue, pero dejó de acobardarme el frío. Ante el frío hinché mi pecho. Mis plumas destellaron. Miré muy fijo el nido, ese nido que, así, no era mi nido. No era ese nido que amaba y al que, a veces, es cierto, con pasos clandestinos, rechacé como mío. Y de mi surgió un trino, nuevamente un trino que a la noche hizo resquebrajarse. Y el aullido del lobo huyó. Y la luna mostró entero su disco.
José Luis Molina
Tuesday, January 29, 2013
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